Durante años me miré sin verme.
Estaba allí pero aquella que veía no era yo sino una especie de holograma construído con expectativas, sueños y metas que había hecho míos sin serlo.
Siempre pensé que, como decía Calderón, los sueños sueños son y pasé gran parte de mi vida poniendo mis esfuerzos en aquello que parecía lo real, lo lógico, lo responsable. Aunque yo me sentía gris.
Y vacía.
No sabría asegurar qué fue lo que obró el cambio; diría que el nacimiento de mis hijos, pero el caso es que poco a poco comencé a creer.
A creer que era posible y, sobre todo, que yo podría conseguir cumplir esos sueños que revoloteaban en mi cabeza y no había sido capaz de acallar en tanto años.
Confianza en mí misma.

Amor por lo que soy y por lo que puedo llegar a ser.
Incluso admiración por haber sido capaz de superar barreras, romper miedos y mostrarme de forma realmente auténtica.
Ahora me miro y no solo me veo, ahora me miro y me reconozco.
Quiero aprovechar para recordarme a mí misma algo que digo siempre a las mujeres con las que trabajo: eres el centro de tu propio universo.
Quiérete, valórate y cuídate. Como ya lo estás haciendo, cada día más y mejor.
Ahora me miro y no solo me reconozco, ahora me miro y me quiero.
¿Cuál es tu historia de amor contigo misma?
0 comentarios